Para cubrir el abismo. 4 Poemas y un relato breve de Luciana Mendoza Romañol
- Tertulia Cero
- 23 dic 2018
- 4 Min. de lectura

Ley 27360
Es el campo la materia de esta lucha
de espaldas rotas, de manos sucias.
Y la condición del esclavo es ser el insecto, el botín.
Donde el sol como fuego perpetuo sobre la cara: hiere,
donde la hora del descanso es cómica
y el pan sobre la pobreza: aplasta.
Deseo cubrir el abismo con mis dedos de piedra
con mi voz que gime bajo el dolor
con mis colmillos, con mis garras
sentir la desgracia ajena que me corresponde
porque los que sufren son el reflejo,
de lo que soy por dentro.
Voy cayendo al ritmo de una gota de sudor
que se pierde,
que se rebela
entre las ramas, entre la tempestad.
Quisiera ir a la negra cosecha,
donde nadie renace
donde las cenizas del obrero
son barridas por un soplo desconocido
hacia la maleza.
El blasfemo
No tengo miedo de vivir,
pero estoy cansado.
No es que me gusten los pecados
solo que no me atrevo a desterrar a mis amigos del clero.
Me esperan con la forma de Cristo
es decir,
con la imagen
de su ombligo al aire.
Hemos gemido el aleluya
en vez de cantarlo.
Nos hemos lanzado sobre nosotros mismos
como humanos.
No queremos ser llamados a la cena
para ser el convite.
Queremos repartirnos desde nuestros adentros
de boca en boca.
Se supone que no hemos venido a orar
sino a verter la basura
en nuestros hocicos,
es decir, comulgar de
ese pan y ese vino.
Y besar
como bestias
ese ombligo al aire.

Para la abuela
Podría jurar que te vi vomitar
cuando sobre la cama
parecía que de pena le llorabas
al señor.
Tu canción sonaba y sanaba
a la virgen que se extravió en mi garganta.
Nadie sabe que venimos de un hogar tan raro
que hablamos y tomamos el té
a escondidas del mundo.
Nadie sabe que
me devuelves a la cama
para soñar que siempre
regresaré
a la soledad de mi cuerpo
dormido
bajo el cemento.
Llaga
Sucumbí ante tanta gente
besé manos
a veces pies
y me perdí de pronto
en el viejo horno de lo eterno.
Escribo porque no hallo otra forma de quererme
y rezo
siempre rezo
sobre la llaga de mi órgano más vivo.
Ya no puedo dividir decimales con exactitud de matemático
ni llenar coherentemente un crucigrama
mi mente se avergüenza de mis recuerdos
y de mis infantiles formas de expresarme.
Ojalá estuviera aquí mi madre
agregándome saliva
en
cada
tiempo
mejorando mi jaqueca
o elevándome a cuatro mil seiscientos metros sobre el nivel del mar
para luego dejarme caer justo encima
de los trastes.
Todavía pienso y medito sus palabras
tenía razón
soy tan simple como cualquier ser humano
o como ninguno
viviendo entre las estrellas.
Pero yo que estoy tan perturbada
me resbalo con mi propia sangre
y me quedo horas tendida
como tomando el sol
como muriéndome
solapadamente.
LA ENFERMEDAD DE ELIZA
Estaba postrada. Su cabello de color castaño claro estaba desecho por las afanosas brisas de aquel lugar del que no quería acordarse. Suspiraba lento como para alargar el tiempo. Soledad: su única compañía. Reflejaba hondo pesimismo que me provocaba lástima. Convulsionaba a cada instante. Hubiera preferido que muriera antes de sufrir ese abominable mal. Su mente en blanco, su mirada fija la delataba: estaba soñando despierta. Sus gritos me volvían loca. Sus desmayos eran constantes, ya ni hablaba, solo rezaba en su interior.
Era espeluznante verla cada mañana en ese estado, su belleza había perdido la magia. “Nunca volverá a ser la misma de antes. Nunca”, decía su padre, quien solo la visitaba de vez en cuando. Y yo estaba ahí viendo escenas de la enferma, ni siquiera era mi obligación estar con ella, yo podía largarme si quería, pero algún día tenía que fallecer y al fin se acabarían mis desvelos.
Una mañana un sujeto alto entró en la casa junto al padre de Eliza, llevaban maletas, sus pasos eran rápidos. “Muévete, arréglala inmediatamente”-me dijo el patrón. “No hagas preguntas”. Hice lo que me encomendó.
Ese día era totalmente diferente a otros, la niña iba a salir a la calle y quizás nunca regresaría, ¿a dónde se la llevaban? El patrón me dio dinero, mi liquidación, ya no me necesitarían más, eso era todo. Habían culminado mis días de protectora de tan sufrida niña.
No recuerdo el momento exacto en el que cierto sentimiento recorrió todo mi ser, no sabía por qué, pero me agradaba. Oí decir al sujeto alto que iba a hacerla muy feliz, sus múltiples empleados iban a cuidar de ella, iba a ser su esposa en las próximas horas. Me quedé estupefacta, Eliza nunca había visto a ese hombre y mucho menos lo quería, ¿era posible acaso que él sí sintiese amor por ella? ¿Por qué? No me pasaba por la cabeza verlos teniendo intimidad, la pobre apenas podía mover un dedo, estaba casi inconsciente, muy frágil, sus respuestas eran incoherentes, definitivamente ella no estaba preparada para el matrimonio ni para otra cosa. Ese hombre debió haber tenido un alto grado de esquizofrenia, ¿casarse con una débil? Qué importaba eso, ella se iría y yo que tanto había deseado no verla más.
Como decía, algo en mi interior me inquietaba. Mi cuerpo estaba siendo dominado por mi mente, no pude hacer nada para evitarlo. Mis deseos eran más enérgicos que mi supuesto cristianismo. Me deshice de esos dos, !sí!
Ahora la tenía en frente mío. Cómo disfrutaba verla tan pálida, tan exhausta, tan loca… Sus cabellos de oro, no eran su mayor atracción, sino su mirada vacía, no decían nada esos ojos caídos. Iba protegerla, ya nadie se acercaría a Eliza, solo yo contemplaría su odioso padecimiento que día a día la consumía más y más. Qué gracia me hacía verla desconectarse del mundo, tan confundida, tan aturdida, tan decaída…
Fue realmente aburrido tener que limpiar los rastros del crimen y desaparecer esos dos cuerpos masculinos, lo hice rápidamente para luego seguir contemplando la hermosa enfermedad de Eliza.
Luciana Mendoza Romañol (Pisco, 1994). Ingeniera por la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica. Escritora, poeta, artista plástica y gestora cultural del grupo Emergentes del mar, en el cual dicta talleres de dibujo y pintura. Ha publicado el cuadernillo biográfico de dibujos “Feministas en el mundo” (Movimiento Ricchari Warmi, 2017) y recientemente la plaqueta de poesía “I come in peace”. Ha participado en el VIII Festival de Poesía de Lima (2018) y en distintos recitales poéticos. Actualmente participa de la exposición artística “Salón Warmi Ica 2018”
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