Una roca que perfora el sueño. 6 Poemas de Katherine Medina
- Tertulia Cero
- 13 dic 2018
- 4 Min. de lectura

Veinticuatro años (Inédito)
Soy una niña vieja, Anaurí; mis veinticuatro años me llevan a la rastra,
como aplastada por un fardo de troncos.
-Teresa Wilms Montt
El tiempo desfila en el hemisferio derecho,
retozando sobre mis pobladas cejas;
reconozco la primera rugosidad,
las imprevistas franjas del dolor.
La hora se acerca
y alguien que no tiene rostro, nombre, ni voz
hace señales para que sople las velas
y por costumbre pienso
antes de soltar al aire mi deseo,
sesgada a la espera de un nuevo asombro.
Nunca tuve buena estrella,
año tras año de guerras interrumpidas
me hicieron escupir sobre la cara de quien me engendró
sobre sus fuerzas incomprensiblemente destructoras
y ceder al consejo de colgar en mis orejas
los brillantes pendientes de la autocompasión,
encogiéndome de hombros ante el riesgo
de que los muchachos que acariciaban mis trenzas,
acaricien mis tetas.
Mis veinticuatro años se apoyan en el respaldo de la cama,
en la balanza de las acciones cotidianas
y mi nuca juega en contra
porque es una roca que perfora el sueño.
Heme aquí, lamentado que los tiempos felices
se durmieron sin razón aparente.
Ménière
No hay a quién imputar por el llanto. Nadie te dijo puta,
son las voces que edifican un presidio en tu juicio.
El hombre que atiza el nebuloso respiro del presente no existe
más que en el astillero que visitas cuando sueñas.
Nadie te obligó. Tú escogiste arrastrarlo a su domicilio cuando estuvo ebrio,
las injurias y porrazos que recibiste para que no golpee al taxista
es solo la confusión que hiela de pavor los hospitales.
La sombra de su madre no te gritó embustera, ni te mandó a casa sin un cobre.
Nada vulneró tú ánimo. Esa presión en la sien no existe,
el temblor que estalla en el duramen de tus órganos
es una ilusión, otro cuerpo flotante suspendido en tu campo visual.
Las imágenes que descienden con furia
son una respuesta que se ha inflado con exageración.
Nadie ahogó tu luz. Siempre fuiste bien amada.

También fuiste el sueño de mamá (Inédito)
Recuerdo la primera vez que vi a Harrison Ford en la Tv
tenía once años e incluso entonces comprendí
que él ni nadie sabría cómo amarme jamás.
Los días iban pasando a media ración, sin importancia,
porque el olor a durazno tocaba la casa
con sus alegres ojos verdes
y el tiempo no era, como hoy,
una debilidad numerada
siempre de paso, agotada, fugaz.
Pienso en Harrison Ford como un fornido carpintero
o un vendedor de marihuana
al que le tengo que enseñar las bragas
porque en este país no se fía, todo cuesta,
incluso el amor que engendra 500 versos inútiles.
Ahora entiendo como
empecé a cavar mi propio agujero,
suspirando como un fuelle,
cediendo, hasta que otro hombre
abandona tu cama
y aprendes a omitir
“te quiero” y “no te vayas”.
Pero hay cosas peores en la vida que lo que uno deja atrás,
el presente, por ejemplo
atrapada en una humilde habitación
cuando la burla de la madre es un poema
que empieza a caerse desde el primer verso.
Diáspora
¿Existes? ¿Existo yo?
¿No seremos la misma persona?
¿La propia vida hablando consigo misma?
un enfoque independiente y apartado,
un ser espejado que respira aprisa
arrojándose el pensamiento solitario,
la sombra de la muerte disfrazada
que acompaña cada registro de mi vida,
el exotismo en el humano ruedo
como una planta de la misma semilla
que florece en dos extremos diferentes de la Tierra,
un diente de león que al soplarlo se dispersa
hacia direcciones inesperadas,
una rama que se extiende bajo las escaleras
y que debe ser cortada porque en ella
la realidad se derrama.

Una puerta
Llegará el día en que abrirás una puerta
y me encontrarás tendida en la cama,
garabateando versos bulliciosos
que pedirán dejar de ser presos
del cuaderno amarillo,
o quizás sentada en la silla del diablo
—cuarenta y un grados, trece minutos, nororiente—
con el ojo derecho sujeto al caballete.
Y sobre todo
besarás la cicatriz de mi frente
despojado de la piel cansada
para escuchar cantar bajo el parqué
al insecto de oro,
y dejarás en la mesa la llave,
y me acostaré sobre tu pecho
para poder abrir una puerta.
Imagen capturada en movimiento
Dance me through the curtains that our kisses have outworn
Raise a tent of shelter now, though every thread is torn…
-Leonard Cohen
Danza sobre mis pliegues
un espejismo dilatado
incapaz de disiparse.
Puedo olerlo, sumergirlo en una larga ducha
llevarlo conmigo a tomar una copa
para que los comensales de la mesa contigua
atestigüen con envidia
que mi vida
no es solo una larga pesadilla,
que ha sido agujereada por un germen de dicha.
No importa la noche que acabó mal,
ni sus ganas de partir.
Su imagen no es más suya
como tampoco es mío el miedo de sentirla cerca,
recibir la respuesta de aquella carta que no llega,
que posiblemente no llegará a mis manos viva
o que se incendia mientras busco otro cerillo.
Yo sigo siendo yo, pero su imagen
ahora es papel, para siempre fría.
Katherine Medina Rondón (Arequipa, 1994). Poeta y artista visual. Ha publicado: Murmullos y volantes (Aletheya, 2012), Amor en cuatro actos y otros cortejos (Casatomada, 2013), Mínima celeste (Transtierros, 2016), Disidencia (Cascahuesos, 2018) e incluida en la muestra dinámica de poesía latinoamericana Tea Party III (Cinosargo, 2014), Antología XXII Enero en la palabra (Gobierno Municipal de Cusco, 2018), Memorias del 28° Festival Internacional de Poesía de Medellín (Prometeo, 2018) y Antología 5° Festival Caravana de Poesía. Ha presentado la muestra pictórica bi-personal “Comisura” en el Centro Cultural Casa Blanca (Arequipa, 2016) y participado en diversas muestras artísticas colectivas. También ha colaborado en revistas tales como: Letralia, Lucerna, Travesti Fanzine, El Corsé, Caleidoscopio, Verboser, Ojo Zurdo, Fórnix y Ulrika. Actualmente se desempeña como redactora de la sección cultural del semanario Vista Libre.
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