UNA VOZ TRANSPARENTE
- Tertulia Cero
- 14 ago 2019
- 7 Min. de lectura
por: Julio Carmona
José María Gahona (Piura. 1958) es un poeta que nos tenia acostumbrados a la entrega de su poesía en formatos breves o pequeñas, plaquetas, hojas sueltas a mimeógrafo o mecanografiadas simplemente, o si no en revistas de cortos tirajes, aunque de amplias aspiraciones. Era la costumbre de la rosa: de entregar su aroma con las oleadas del aire. Y eso daba pie para que muchos de quienes lo conocíamos, y apreciábamos la alta calidad de sus versos, lo conmináramos a realizar un proyecto editorial de mayor envergadura. Esa reconvención no cayó en el vacío.
Demoró la respuesta. Pero, finalmente, nos ha sorprendido con la publicación de su primer libro orgánico, Transparencias.[1] Este primer libro édito del poeta Gahona, hace honor a su título: es transparente. Sin que ello quiera decir que le haga concesiones al facilismo poético. Bien lo dice Rafael Alberti: “Poeta, por ser claro no se es mejor poeta. /Por oscuro, poeta —no lo olvides—, tampoco”.[2] Pero la transparencia, la claridad o la sencillez es una virtud que no suele prodigarse con mucha asiduidad entre los poetas. Porque la sencillez no es sencilla y, al decirlo, estamos parafraseando a Octavio Paz, cuando dice: “La limpidez/ (quizá valga la pena/ escribirlo sobre la limpieza/ de esta hoja)/ no es límpida”).
No hay que confundir, pues, sencillez con “facilez” (valga el neologísmo). La sencillez cuando es alcanzada, casi siempre por los grandes poetas, demuestra ser el resultado de una trabajosa decantación, y no como producto de la improvisación o de la casualidad (casualidad esta que muy bien grafica la famosa fábula del ‘burro flautista’). Recordemos solo dos casos flagrantes de sencillez poética: José Martí, el ejemplar poeta cubano, que no tuvo el menor reparo en inscribir esa palabra en el título del libro cimero de su poesía, Versos Sencillos —como lo hace ahora Gahona con sus Transparencias—; y Ermest Hemingway —aquel insólito integrante de la ‘generación perdida’ de USA—, cuya escritura deslumbra y desconcierta, al unísono, a cualquiera que lo lee, pues da la sensación de que escribir un cuento o una novela es la cosa más sencilla del mundo, sin saber —aquel lector desprevenido, que cree eso de primera intención— que esa sencillez está tejida con la trama de un trabajo realmente complejo y “dificilísimo”; esto lo descubrirá, desde luego, si es que intenta escribir a su vez pretendiendo decir las cosas con la sencillez del maestro. Pero ha de ver, en realidad, que es un trabajo “endemoniado”.
Por lo que se refiere a nuestro poeta, José María Gahona, lo interesante es comprobar que la claridad de su poesía es reflejo de su manera de ser también diáfana, como él mismo la describe: “Al final/ yo soy un hombre/ que se diluye/ en el agua/ de los días”. No podemos dar fe de si esto ocurrió con los paradigmas poéticos —Martí, Hemingway— ya mencionados. Aunque, por lo que conocemos de ellos a través de sus biografías, lo más probable es que sí se diera esa correspondencia de estilos poético y vital. Pero creámoslo así —si no lo fue en la realidad—, para no enturbiar la claridad de sus obras. Y nos congratulamos de que en el caso de Gahona sí pueda ser comprobada nuestra aserción, pues es un patrimonio viviente de Piura el que su poeta se confunda ‘en sus aguas cotidianas’ con la diafanidad de su sol, con el agua de su río (que baja turbio solo cuando se pone bravo: “y miramos las calles pobladas de muchos de los nuestros/ahogados en el río de la desesperación”), un testimonio de carne y hueso de sus rescatadas zambapalas, gaviotas, esteras, gallaretas, manzanillas, puestas por el poeta tan al alcance del la mano como las gotas de la lluvia.
Y, por esa identificación de nuestro poeta con las cosas y seres claros de la existencia, su poesía se nos aparece también como ‘una fiesta’ de luces, de colores y alegrías, pero no porque se trate de una poesía lúdica y “bucólica” como —con cierto apresuramiento— lo dicen los editores en la contracarátula. Y lo desdice Gahona: “Sí, la poesía es una fiesta para hombres que luchan/contra el invierno/ y la dictadura/ de las hojas muertas”. O sea que es: una fiesta de la vida, contra la tiranía de la muerte.

Pues bien se sabe que la vida ‘no es un juego paradisíaco’. Y porque esto lo sabe nuestro poeta, ha hecho de su verso un canto a la vida, exaltándola en toda su riqueza, que incluye por supuesto la alegría y la risa y el jolgorio de la naturaleza (y no, por eso, hay que confundir ese canto con lo lúdico o lo bucólico) pero también aquella riqueza vital entraña la agonía social:
Hasta aquí hemos caminado demasiado y nos damos cuenta
que ya no tenemos ropa ni zapatos ni paciencia
que todo fue asesinado en las calles
donde el dolor se ensañó con nosotros
Donde deambulamos hasta la fatiga por conseguir un trabajo y clandestinamente nos hablan de MARX.
Antes de decir que la poesía de Gahona es “lúdica y bucólica”, debe observarse cómo en muchos de sus versos se amalgama la crudeza del trabajo social con la belleza del paisaje natural: “Y mi madre/ fenomenal lavandera del río/ todas las tardes se amarraba/ soles/ y/ gaviotas/ sobre el hombro”. Y, entonces, se concluirá —con una mejor observación de esa poesía— que una de sus características más destacables es, justamente, esa conjunción de las vidas natural y social. Hay la intención de rescatar esa realidad en extinción del ser humano:
Por qué te vas de estos matorrales
tan verdes y tupidos
Tonto pacaso
¿Acaso no te agrada vivir junto a la platería del río?
Y estirar tu largo cuerpo por los sauzales?
piensa en el río tu gran amigo
el de camisa verde y pantalones trasparentes
que te trae noticias de otros pueblos
donde la luz es invicta ante los pájaros.
donde el agua lleva la alegría a cada surco
piensa en el mensaje de hierba transparente
en la ternura gallareta que hallaras en otros pueblos
donde el cemento ha fundado sus reinos.
Es, pues, una prédica contra la enajenación que las “selvas de cemento” van haciendo cada vez más abismal: el alejamiento del ser humano de su entorno natural. Nuestro poeta como un moderno Quijote se avoca a la reconquista de esa perdida heredad. Y la reinstaura en su poesía —insistimos—: ni bucólica ni lúdica. En lo que sí han acertado las opiniones de la contracarátula, es cuando dicen que la voz de nuestro poeta no tiene “atisbos de rencores o intenciones panfletarias”.
Aunque, de todas maneras, faltó aclarar —para evitar equívocos— que con esa cualidad no panfletaria y no rencorosa, no significa que sea una voz que se despoje de una visión social y política. Todo lo contrario. Y creemos nosotros que, la poesía de Gahona, si de algo sustancial ha de vanagloriarse, será precisamente por haber sabido sortear la difícil encrucijada que se le presenta a quien trata de conciliar poética y política. El lograrlo es un triunfo. Y es el caso de Gahona. Alguien que descubra la poesía de los versos siguientes no podrá dejar de hacer lo mismo con la política que hay en ellos:
Hoy por cantar
en la copas de los árboles
y ser enamorado de los dias
claros soleados
el cerrojo
y la jaula
me persiguen
Como, asimismo, nadie podrá negar que hay simbiosis poético/política en los versos siguientes:
porque soy un hombre herido desde la infancia
esto lo saben los peces cazados por mis manos
transparentes
las flacuchas cigarras lustrabotas
las fugaces mariposas lavacarros.
Empero es cierto —y hay que subrayarlo—, en esa poesía no hay “rencor” y no hay “panfleto”. Ni tiene por qué haberlos cuando la voz del dolor sale de una fuente prístina. El tono se percibe rencoroso cuando no nace de una experiencia hondamente sentida, y denuncia estridencias panfletarias cuando responde a necesidades subalternas o a impresiones de segunda mano. Los altos ideales de la política no tienen por qué estar enemistados con la belleza. Y al decir esto no hacemos sino parafrasear a nuestro poeta, cuando dice:
Mujer de altos ideales
los geranios se desbordan
de tus manos francas.
Y nos reafirmamos en esa visión de que la poesía reunida por Gahona bajo el título de Transparencias está signada por las cualidades y sustancias arriba anotadas, no porque querramos atribuírselas desde afuera, sino porque ellas afloran de sus mismos versos, como burbujas de un manantial hirviente. Y porque, además, no hacen sino trasuntar la impronta de su poética que se la encuentra difuminada en muchos de los poemas reunidos en este libro que comentamos, con la transparencia que anuncia su título.
Julio Carmona (Chiclayo, 1945).- Es licenciado en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y magíster en Educación con mención en Gestión Pedagógica por la Universidad de Piura. Ha publicado los poemarios Mar revuelta (1970), A nivel de la arcilla (1972), A orillas del amar(1976) con el que obtuvo el Premio Poeta Joven del Perú en 1975, No sólo de amor(1980), En honor a la verdad (1982), Tun tun quién es (1982), Piura’s poems (1991), Nada más que derramar el corazón (1995), Donde dice amor lluvia o pena (2002), Espinas las de la rosa (2003), Dar de sí más (2004, 2006) y Fuego en cenizas dormido (2005). Ha publicado también los libros de cuentos Reqentos (2002) y Unos cuantos cuentos (2006), el libro de crítica literaria El mentiroso y el escribidor. Teoría y práctica literarias de Mario Vargas Llosa (2007), y los textos académicos La poesía clasista. Poesía y lucha de clases en el Perú (1985), Teoría literaria (1993), Literatura infantil (1994), Propuesta de cambio de la materia Literatura como estrategia de gestión pedagógica para alcanzar la calidad educativa (2002), Didáctica de la literatura (2004), Literatura peruana (2005) y Guía para leer mejor: composición e interpretación de textos literarios (2005). Parte de su obra se encuentra en las publicaciones electrónicas Mester de Obrería y Bosque de Palabras. Se dedica a la docencia universitaria.
[1] José María Gahona, Transparencias. Trujillo: Camión Editores, 1995.
[2] Rafael Alberti, Antología Poética, Buenos Aires: Editorial Lozada, 1958. p. 226.
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